martes, 1 de octubre de 2013

Y aquel día la ví marchar...

Desplegó sus alas al viento con su sonrisa, desafiandolo a vencer. 
El duelo de miradas duró hasta el fin del anaranjado atardecer otoñal que nacía en su piel, su piel de fina seda rosada que iluminaba la luz de la vela. 
El fuego efímero de esta, se apagó con su suspiro, porque no podía encenderse más aunque quisiera, que quería.
Aquel suspiro, a su paso, provocó huracanes y tempestas, que se veían reflejadas en sus cristalinas lágrimas de felicidad enamorada.
Grises lágrimas tiernas que se deslizaban por sus pecas, apagando las cenizas de madera de ébano que las formaban.
Y en ese instante en que la ví sonreir con la mirada y llorar de felicidad, también la ví marchar del brazo de algún Dios afortunado, que jugaba con mi mente a hacerme creer que en algún momento fué mia. 
Y ahora me rio yo de ese Dios iluso, que cree que la puede enjaular, cuando en realidad, ella lo ha hecho con él.







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